Acudo al bar de siempre y tras la rueda de reconocimiento compruebo que no estás. Había rezado para que así fuera: que se te hubiera complicado la tarde en el trabajo, que te surgiera algún contratiempo de última hora o, simplemente, que te hubieras cabreado porque ayer no te contestara a las llamadas y no te apeteciera verme el pelo. Cualquier cosa con tal de no verte. Hoy no.

Todos estamos riendo cuando apareces tú en el umbral de la puerta y saludas. Esquivo el posible cruce de miradas y empiezo a hablar sin parar, con una risa forzada. Apuro mi caña de un solo trago mientras te preguntan por el sábado. Me entra un repentino ataque de tos cuando dices que tú tampoco recuerdas nada. No te miro pero se que mientes. Noto tus ojos clavándose sobre mí: maldiciéndome, sentenciándome.
Voy la barra a pedir una cerveza más. De reojo veo que te aproximas. De repente, cuando se acerca el camarero, cambio “una caña más” por un “qué te debo” y me despido de todos con prisas para no darte tiempo a llegar hasta mí. Nuestros hombros han chocado en mi huída pero ni aún así me he atrevido a mirarte. Hoy no.
2 comentarios:
^_____________^
pero quizás mañana sep
hahaha
mu bien!
ala como son asi mira q cruzarse y ni siquiera saludarse jop
Publicar un comentario