7. Penitencia


Hay veces en las que tan sólo hace falta un segundo para darte cuenta de que te has equivocado. El golpe de nuestros hombros me sacudió por dentro y nada más salir por la puerta me arrepentí de mi absurda huida.

Aceleré el paso intentando acallar los remordimientos pero, esta vez, me incomodaban más que de costumbre. Ni siquiera el sentimiento de culpa me hizo darme la vuelta e ir a tu encuentro. Prefiero imaginar que me odias que ver en tus ojos que te he decepcionado.

Siempre te he dado mil motivos para que pudieras enfadarte, pero nunca lo has hecho. Tienes esa infinita comprensión conmigo que nunca he llegado a entender. Sin embargo, algo me dice que esto es diferente...

Ahora eres tú quien no me contesta las llamadas. Llevo tres días intentándolo. Sé que debería dar la cara, la ocasión lo merece. Pero qué quieres, no sé ni qué decirte y se me hace más fácil mantener el tipo por teléfono. No soy capaz ni de hilar una frase decente para complementar el intento de acercamiento con un simple sms.

Así que sigo aquí, con mi patética estrategia de contacto, llamándote de nuevo. Tengo la inútil esperanza de que descuelgues con una risa exculpatoria y des por finalizado mi período de penitencia. Pero no lo haces y yo… Te echo de menos.

6. Odio



Me decía para mis adentros que iba a ser demasiado fácil entregarme a los brazos de la vigilia esa noche, y así fue. Demasiadas cosas en que  pensar, como siempre. Ya llevaba mucho tiempo en el que los sueños se habían convertido en una parte más de mi vida, en algo a lo que aferrarme cuando la realidad no era la que yo esperaba.

¿En esto habíamos convertido nuestra amistad? Después del choque de hombros, el odio invadió mi cuerpo. La esperanza y la ilusión marchitadas al verte salir huyendo de allí. Mi cara de circunstancia, tus gestos de cobardía. Ver nuestras reacciones alejadas de lo común, lejos de las risas y de las miradas cómplices. Tan cerca de mí. Tan lejos de ti.

Intenté reunir ganas de quedarme allí y hacer como si no hubiese pasado nada, pero era imposible. Eché el resto en una historia inventada y me apresuré a salir del bar antes de las preguntas acerca de tu marcha.

Mi rencor te iba crucificando a cada paso que daba. El hecho de depositar tantas y tantas cosas en algo que ahora veía frío y distante me hacía sentir como si hubiese perdido el tiempo contigo. Tal vez tan solo debería odiarte sin buscar más razones para ello. Así podría acallar un poco el dolor que dejan tus actos. Te odio y punto. Así estará bien.

Y mientras el sueño no llega, empiezo a ver la habitación como una ilusión óptica. La distancia entre el cielo y el infierno es demasiado corta. Pensaba que las cosas me irían bien sin tu amistad, volando en solitario, pero ni con los pies en la tierra soy capaz de ver la cruda realidad de que me estoy hundiendo en el fango de mi propio ser.

Odio.
Te odio.
Te odio tanto que no puedo vivir sin ti.

5. Hoy no

Lunes tarde.

Acudo al bar de siempre y tras la rueda de reconocimiento compruebo que no estás. Había rezado para que así fuera: que se te hubiera complicado la tarde en el trabajo, que te surgiera algún contratiempo de última hora o, simplemente, que te hubieras cabreado porque ayer no te contestara a las llamadas y no te apeteciera verme el pelo. Cualquier cosa con tal de no verte. Hoy no.


Mientras tanto, allí estoy, haciendo acto de presencia para demostrarme que no hay nada de lo que esconderse, que nada ha cambiado. Los amigos ya sentados, me llevan dos cañas de ventaja y me preguntan cómo acabó el sábado ya que cuando ellos se fueron a dormir, yo ya me había autoproclamado el alma de la fiesta y que sólo te habías quedado tú para aguantarme. Por sus comentarios deduzco que ellos tampoco saben mucho más que yo y, al menos, siento el alivio de no tener que dar explicaciones de más. Les juro que bebí tanto que no recuerdo nada.

Todos estamos riendo cuando apareces tú en el umbral de la puerta y saludas. Esquivo el posible cruce de miradas y empiezo a hablar sin parar, con una risa forzada. Apuro mi caña de un solo trago mientras te preguntan por el sábado. Me entra un repentino ataque de tos cuando dices que tú tampoco recuerdas nada. No te miro pero se que mientes. Noto tus ojos clavándose sobre mí: maldiciéndome, sentenciándome.

Voy la barra a pedir una cerveza más. De reojo veo que te aproximas. De repente, cuando se acerca el camarero, cambio “una caña más” por un “qué te debo” y me despido de todos con prisas para no darte tiempo a llegar hasta mí. Nuestros hombros han chocado en mi huída pero ni aún así me he atrevido a mirarte. Hoy no.

4. Callar


Intento volver a localizarte. No sé cuantas veces lo he escuchado ya, pero el mensaje de apagado o fuera de cobertura me martiriza de nuevo y aparece la frustración ya conocida anteriormente. La situación me resulta familiar, pero no me había dado cuenta hasta ahora. Tantas veces lo he escuchado de ti que nunca pensé que viviría in situ tu manera de evadirte de la responsabilidad.

Me sentiré un poco culpable por no ser como tú. No sirvo para esto, lo sabes y lo sé. Sigo pensando que lo nuestro no ha sido un error, por mucho que tu lo intentes justificar con tu actitud. No creo que me valgan tus futuras excusas, ya te conozco. Sé que buscarás cualquier resquicio en esta historia para demostrar que llevas razón y, por ende, para acallar las ilusiones que creo en mi interior.

No te lo voy a negar, siempre he sentido algo por ti. No recuerdo cuantas veces he matado ese sentimiento por miedo a perder esta amistad. Y, ahora que ha pasado, no puedo evitar ilusionarme. Porque sí. Porque he aguantado estoicamente todas tus historias de ligues de una noche sin perder en ningún momento la sonrisa. Porque me he tragado los celos y el montar escenitas que no hubieran servido de nada. Porque he ansiado este momento cada noche desde que te conozco.

Pero de momento haré lo mismo de siempre, callar. Quiero que seas capaz de darte cuenta de lo que siento por ti. De otra manera sólo sería algo descafeinado y sin magia.

Cuando llegue ese momento, te estaré esperando.