6. Odio



Me decía para mis adentros que iba a ser demasiado fácil entregarme a los brazos de la vigilia esa noche, y así fue. Demasiadas cosas en que  pensar, como siempre. Ya llevaba mucho tiempo en el que los sueños se habían convertido en una parte más de mi vida, en algo a lo que aferrarme cuando la realidad no era la que yo esperaba.

¿En esto habíamos convertido nuestra amistad? Después del choque de hombros, el odio invadió mi cuerpo. La esperanza y la ilusión marchitadas al verte salir huyendo de allí. Mi cara de circunstancia, tus gestos de cobardía. Ver nuestras reacciones alejadas de lo común, lejos de las risas y de las miradas cómplices. Tan cerca de mí. Tan lejos de ti.

Intenté reunir ganas de quedarme allí y hacer como si no hubiese pasado nada, pero era imposible. Eché el resto en una historia inventada y me apresuré a salir del bar antes de las preguntas acerca de tu marcha.

Mi rencor te iba crucificando a cada paso que daba. El hecho de depositar tantas y tantas cosas en algo que ahora veía frío y distante me hacía sentir como si hubiese perdido el tiempo contigo. Tal vez tan solo debería odiarte sin buscar más razones para ello. Así podría acallar un poco el dolor que dejan tus actos. Te odio y punto. Así estará bien.

Y mientras el sueño no llega, empiezo a ver la habitación como una ilusión óptica. La distancia entre el cielo y el infierno es demasiado corta. Pensaba que las cosas me irían bien sin tu amistad, volando en solitario, pero ni con los pies en la tierra soy capaz de ver la cruda realidad de que me estoy hundiendo en el fango de mi propio ser.

Odio.
Te odio.
Te odio tanto que no puedo vivir sin ti.

No hay comentarios: