14. Ese día


Decepción.

Sólo así puedo catalogar el momento en que tus palabras me decían que todo había sido un error y que no era la persona con la que querías pasar la noche. Vuelta al enfado, a las lágrimas y a mis malas maneras de recibir una noticia así. Es la eterna guerra entre mis sentimientos y yo.

“No le des tanta importancia, no es para tanto” y, en el fondo, tienes razón. Me vuelvo como si tuviera cinco años, tiene que ser lo que yo diga y a cualquier precio. Mala costumbre la mía. Empiezo a pensar de nuevo que muchos de los sueños que tenemos hay que dejarlos ir, por miedo a sufrir más de la cuenta si no se cumplen. Cuántas veces habría pensado ya en que no se puede tener todo en esta vida. Tan sólo me conformaba con tus ganas de compartirla con la mía. Pero, como todo, era una esperanza vana.

Empiezas a hablar y de mi boca no sale una mísera palabra, me quedo escuchándote como hago la mayoría de veces. Te enciende que no sea capaz de expresarme como lo haces tú, de contar todo lo que se me pasa por la cabeza. No lo hago porque no me gusta discutir, aunque tenga en mi interior cosas que probablemente te dejarían de piedra, no lo hago. Me importa mucho más el que tu estés bien que cualquier otra cosa, como he hecho siempre. Y prefiero tragarme mi orgullo.

Me miras de manera extraña. Tristeza. Pena. Empiezas a sentirte culpable. Por mucho que te intentes disculpar sabes que en el fondo tengo razón. Murmullas e intentas dignificarme y ponerte a ti de lo peor. Es justo lo que hice antes. El uno por el otro, y la casa sin barrer.

Y sin embargo, este desencuentro no apaga miradas. Las palabras que quedan por decir son las más importantes, pero ninguno se atreve a dar el paso. Tan solo somos dos personas que se empeñan en seguir sus ideas y llevarlas a cabo algún día.

Pero, ese día, no llega para ninguno de los dos.

No hay comentarios: