
Y es que eres la cicatriz que señala mi alma. Has marcado mi pasado, mi presente y mi futuro. Tú me enseñaste a ser feliz, tú me has hecho derrochar todas mis lágrimas y sólo tú serás mi pensamiento constante.
En cada recuerdo de felicidad que evoco, tú estás a mi lado. Lo siento, no consigo acordarme de porqué me alejé de ti. Será porque cuando marchaste, te llevaste en la maleta todos los malos momentos y tan sólo dejaste olvidado ese pedacito de ti que tanto amé.
Lo siento. Siento mi cobardía, mi frialdad y mis silencios; siento no habernos dado el digno final que nos merecíamos; siento que te fueras pensando que no me importabas; siento... que te fueras y ya no poder decírtelo.
Como siempre, llego tarde. Yo y mi maldita manía de dejarme llevar por la corriente sin decidir dónde quiero que me lleve la marea. Ahora ya no puedo quejarme, no tendría sentido. Las palabras quedaron sin decir y ahora cargo siempre con su peso. Quizá esa sea mi penitencia por cada una de las lágrimas que vertiste por mi.
Pero no mereces lamentaciones a destiempo. Así que no me quejaré más. Sólo te querré el resto de mi vida. Quizá esto también te llegue tarde, lo se. Será mi última muestra de egoísmo: déjame que tu recuerdo me acompañe siempre ¿vale? Así nunca más tendré que pasar mi noche sin ti.