Incertidumbre


Por primera vez en mucho tiempo, conseguí dormir con sosiego en la soledad de mi cuarto. Sentí haber cerrado una puerta y que otra se abría ante mí, despacito, dejando ver tan sólo un pequeño resquicio, que no me permitía vislumbrar todavía qué me esperaba tras ella.

Nunca me gustó la incertidumbre y, sin embargo, siempre viví pendiendo de ella. En ésta situación, no era diferente. La incertidumbre lo envolvía todo. A pesar de ello, mi modo autómata de proceder en los últimos días, había hecho que todo me diera igual. Mis pensamientos no planeaban nada más allá del plazo de 24 horas.

No deseaba atravesar esa puerta de un golpe, con las ansias de descubrir el otro lado. Dejaría que las brisas del día a día, fueran abriéndola al ritmo que el destino marcará. El no plantearme nada, me liberaba de todos mis remordimientos, miedos y limitaciones. Por ahora, me estaba yendo bien así...

Me levanté una hora antes de que el despertador sonara. Decidí aprovechar mi buen humor para darle una sorpresa agradable: invitación a desayunar e ir juntos al trabajo. Sería mi forma de agradecer el cambio de chip que había provocado en mí y, de paso, recuperar mi chaqueta y mi móvil.

Cuando llegué, encontré unos ojos abiertos de par en par. No por la visita sorpresa, sino por una noche en vela.

“Te dejaste el móvil...”
“Lo sé...”
“Llamó...”

¿Llamó? Mis remordimientos pasados, camuflados bajo somníferos, alcohol y sexo, aparecieron de nuevo ante mí, más pesados que nunca. Un motivo más para adjudicarme el papel de culpable de todo esto.

No esperaba tu regreso a escena. Y no sabía si sería más fuerte la vergüenza de ver que ya tenías reemplazo entre mis brazos, para hacerte desaparecer sin hacer más ruido o el deseo de resarcirte y plantarme cara para hacerme todos los reproches que me merezco.

Contra mi voluntad, volvía a tener una razón para plantearme qué camino escoger.

… evitarte o ir en tu búsqueda.

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